Si quieren darme ustedes algún protagonismo conózcanme como Infanta de España, María Josefa Carmela de Borbón y Sajonía, tratándome de su Alteza Real la Infanta Doña María Josefa, o Princesa de Nápoles y Sicilia, como Uds. prefieran, pero la verdad es que viví sin bomba ni platillo.
Nací en Gaeta una
pequeña ciudad costera de Italia,
perteneciente hoy a la provincia de la Latina, pero entonces dentro del
Reino de Nápoles, el 6 de julio de 1744 y fallecí
soltera y sin descendencia, muy a mi pesar, con cincuenta y muchos en Madrid, pocos días antes de la llegada de las primeras nieves.
Me llamaron María Josefa
por mi abuela materna, María Josefa de Austria. Mi
padre, Rey entonces de Nápoles y Sicilia, estaba casado con María Amalia de Sajonia, siendo
la cuarta de sus hijos, pero la única que sobreviví a mi primeros tres
hermanos, que no llegaron a cumplir los 5 años; de hecho mi hermana mayor María Isabel murió cuando yo
apenas contaba un año.
Tengo bellos recuerdos mi niñez y de nuestros veranos en el palacio de Capodimonte, donde se represento mi opera favorita “Dido abandonada “ de Niccolò Piccinni, que no del famoso Puccini, una siglo posterior.
Y allí me hubiese quedado muy a gusto cuando muy a mi pesar se murió sin descendencia mi medio tío Fernando VI .
Dejamos con gran tristeza mi amado Nápoles, cuyo reino quedo en manos de mi hermano Fernando.
Ya convertida en Infanta de España, nos instalamos en España en el otoño de 1759,
cumplidos los quince años, y allí
empezaron mis pesares y desgracias, pues un año después murió mi amada madre,
que Dios tenga en su gloria. Para mi padre nunca hubo mujer igual, por lo que
aún habiéndose quedado viudo joven, no se volvió a casar.
Poco tiempo de llegar pretendieron
casarme con mi tío Luis de Borbón, pero descabellada idea no se llevo a cabo, y no me
preguntéis porque.
Tiepolo,
conocido pintor veneciano, me pinto un poco antes de cumplir los 20 años, pero
las calumniosas lenguas dicen que fue un retrato ennoblecido e idealizado , pues no puede ser otra cosa
que envidia al verme yo fielmente representada, con porte y cara como eran, hermosos, o así me lo decían.
Poco después, fui propuesta
en matrimonio con el Gran Duque de Toscana, que
llego a ser Emperador de Austria, pero
tuve la maldita suerte de que en nuestra solemne presentación conociera a mi hasta
entonces bien querida hermana Infanta María Luisa. Desde ese momento ya no tuvo ojos más que
para ella, por lo que los desposorios al final fueron para María Luisa,
quedándome yo compuesta y sin novio.
Me quisieron casar tres
años después con el tullido viudo Luis XV, que ya contaba con 58
años, cuya mujer María Leszczynska había
muerto pocos meses antes. Dicen que me rechazo por mi juventud, si llaman
juventud a una solterona desdeñada de 24 años ya bien cumplidos, pero vos
populi fue que era una excusa y que mis
gracias no le gustaron. Tal prestigio me
dejo vistiendo santos por el resto de mis días, viviendo primero a costa de mi padre y
luego de mi hermano Carlos IV. Lo peor fue soportar a mi
insufrible y presuntuosa cuñada, María Luisa de Parma, nieta
de Luis XV, pero no me quedo otra
alternativa que aguantar sus ínfulas, agravios y desvergüenzas.
Escasamente dos años antes
de morir fue cuando fui retratada por el
gran pintor de la Corte Francisco de
Goya, cuyo cuadro familiar preside esta
sala. En mayo de 1800 se nos convoco a
la familia en el Palacio de Aranjuez para ser pintados por Goya, pero cada uno fue
retratado independientemente, para luego trasladarlo al cuadro familiar. Yo
toda orgullosa ostentaba mis mejores galas, con la banda de la orden de Damas Nobles de la reina María Luisa, y sobre
el pecho el borrón negro y lazo de la insignia de la Orden de Damas nobles del
Imperio austríaco o Cruz Estrellada, que sólo recibían las damas de la familia
real española. En la cabeza lucía un tocado, a modo de turbante con una pluma
de ave del Paraíso, y adornada con ricos
pendientes de diamantes, En el cuadro familiar me ubicó al fondo a la
izquierda y él situado detrás, no importándome mi ya poca importancia. Si estuve contenta de cómo supo dignificar mi porte e intensidad por el cuidado de mis expresiones faciales,
consiguiendo este aragonés delinear mis facciones de manera delicada y precisa.
Pase a mejor vida sin pena ni gloria con
57 años en el Palacio Real de Madrid, por
muerte natural. Ya en mi tumba cinco años después de haber sido enterrada, me
enteré de que mi hermano Carlos perdiera el trono de España
y tuviera que marchar al exilio en 1808. De las desgracias y espantos acaecidos tiempos después no se me de vela en este entierro pues ya ni podrida estaba sino era puro huesos. Dos siglos después se especuló de que
mi muerte fue causada por un melanoma que tenía en mi sien derecha, que bien podéis ver en este retrato, ya que un
avispado doctor viendo dicha mancha llego a esa conclusión. Afortunadamente poco después el susodicho
avispado se dio cuenta de que era una manía del Sr. Goya, ya que de lo
contrario muchas de las retratadas por
Goya hubieran muerto poco después, y pronto se hubiera corrido la voz de que era pintor de
futuras muertas. Pedí
ser sepultada en el convento de Santa Teresa de Madrid, de las monjas
Carmelitas, a las que mucho favorecí en vida a falta de otro quehacer. Pero 76 años
después me desvelaron y quebrantaron mis huesos para trasladarme al Panteón de Infantes de
El Escorial.
Si de algo se me acusa es
de aguantar a mi insufrible cuñada María
Luisa y a mis malcriados sobrinos. Malcriados y desvergonzados seguro, pero sobrinos en algunos lo dudo. De mi blandengue hermano poco puedo
decir, aparte de que fue pelele y títere en manos de su insidiosa mujer, además de
cornudo reiterado a sabiendas.
¡Nada fui a los ojos de mi
familia, pero si víctima de mis desventuras, privándoseme primero de mi querido
Nápoles y poco después de mi amada madre, desdeñada a favor de mi hermana menor, despojada de mis deseados
hijos y condenada a la soltería y amargura, así que háganme el favor de mantenerme
fuera de este entuerto!
Las historias, lugares, personajes y hechos son reales, pero con un poco o quizás un mucho de imaginación e invención.